Lydia Ramos Merchán

  • Yo siempre tuve un gran deseo de viajar, me parecía algo intrigante, conocer mundo y gente nueva. Desde el momento que me ofrecieron este viaje pensé que no podía desaprovechar la ocasión. En cuanto empezamos a planear el viaje me entraron los nervios; esos nervios se agravaron al montarme en el tren, me pasé toda la mañana dándole besos a mi hermana, para despedirme de ella de alguna manera.

     

    Cuando nos reunimos todos en la estación pensé que era el momento de mentalizarme, planear qué iba a hacer. Durante el viaje todo eran risas, y yo no paraba de mirar a todos lados, para no olvidarme de nada. Antes de subir al avión me dio miedo, tanto de irme como de que me dijeran que aquello se iba a acabar; las horas de avión se hicieron algo largas, pero al llegar uffff. Estábamos todos juntos agarrando nuestras maletas, y nos daba tanto miedo salir, estábamos tan nerviosos... En el momento que salí por la puerta no pude evitar reír, vi la cara de Tibu por encima del resto buscando a Kiko, me hizo tanta gracia que ellos estuviesen allí, parecían tan nerviosos como nosotros, y tan contentos. "Allí está el mío", dijo Kiko. Y era verdad, allí estaban los nuestros, nuestros amigos, hermanos.

     

    Cada vez que daba un paso miraba buscando a Oana, ya no me acordaba si tenía que buscar una rubia, morena, pelirroja... Conforme iba pasando reconocía a algunos, y los saludaba, me encontré en un mar de abrazos y murmullos. En cuanto la vi, me sonrió y la abracé. Vino con su hermana y su padre. Al salir me di cuenta que dejaba atrás a mis compañeros, ahora me tocaba viajar sola, tanto que yo quería viajar, ahora abriría las alas de verdad. Oana y su familia son muy amables, tuve que sacar valor para hablar inglés Jajaj, merecía la pena por supuesto.

     

    Al llegar a su casa allí estaba su madre, siempre pendiente de todo. Nos sentamos a comer, y la familia de Oana empezó a hablar conmigo hasta llegar a hablar de todo. La comida me encantó, y ellos también, allí no me faltaba nada.

     

    Mi cara en ese momento tenía que ser de no entender mucho, y Oana esta sentada frente a mí sin hablar mucho, aún nos tocaba asimilarlo todo. En el momento que me despedí de ellos y cerré la puerta de la habitación comprobé que el resto de mis compañeros estaban bien, y hablé con mi familia y amigos para decirles que había llegado genial.

     

    A la mañana siguiente desayunamos y fuimos a la escuela, al llegar vi a Bibi y Denisa con Nolasco y Dani. Desde el primer momento Denisa me pareció un amor. Después de estar con ellos en clase un rato fuimos a comer. En ese momento empezamos a conocernos más todos. Me encantó la manera que tuvieron de tratarnos la mayoría de ellos se preocuparon de nosotros tanto como si estuviésemos en su propia casa. Nos enseñaron el centro de la ciudad y conocimos sitios donde despejarnos y divertirnos.

     

    Cada vez que llegaba a casa de Oana allí estaba su madre, ocupándose de que estuviésemos bien. Ese domingo Aurora y Mara se quedaron a dormir con nosotras, y Oana y los padres de ocuparon de que estuviésemos a gusto; esa mañana, al salir, la madre de Oana sabía que no iba a ver más a Aurora, y se despidió de ella; era increíble, no la había tenido ni un día en su casa y ya le apenaba despedirse.

     

    También conocí a la madre de Mara, que también se preocupó de que estuviésemos cómodas y comiésemos bien jajaja. Nos presentaron a amigos suyos, que también eran muy simpáticos y tenían mucha curiosidad por como era España.

     

    El día que comenzamos el viaje todos juntos me costó mucho, me había sentido muy bien en casa de Oana y con su familia; al llegar al bus nos despedíamos, al igual que todos, a los que también les apenaba marcharse.

     

    También había mucha emoción en el autobús, a pesar de ser demasiado temprano. Ahora que lo pienso, en ese autobús pasamos muchas cosas y muchas horas de viaje; allí y en los hoteles es donde nos hicimos hermanos. Las excursiones, los teatros y, por supuesto, las noches en los hoteles todos apiñados en la habitación. ¡Cómo nos llamaba el sonido de la guitarra.!

     

    Habríamos matado por estar juntos, nos organizamos para compartir el tiempo que sabíamos que se nos escapaba. Cantábamos, reíamos, hablábamos... Eso no tenia precio, las batallas de fotos desprevenidos, los mensajes cada dos por tres buscando a alguien, la estampa de todos apilados en un cuarto...

     

    Y qué decir de la ultima noche de hotel, "Confesiones... " después de compartir tantas risas nos tocó compartir lágrimas. Nos tocó recordar y expresarlo todo, y convencernos de que esto no terminaba ahí. Abrazos, besos... era duro despedirse, no lo podíamos olvidar. Nos quedamos vacíos, nos apenaba dejarlos allí.

     

    Ahora nos tocaba la vuelta, nos tocaba recordar lo bueno para hacernos ameno el camino. Avión, bus, metro, ave... De un lado para otro, nos dejábamos deslizar por donde íbamos, contándonos batallitas... La llegada a Sevilla, volver... Se hacía raro que la gente hablase español, y entender todos los carteles, la vuelta al paisaje familiar, después de habernos familiarizado con aquello.

     

    En el momento de llegar a la estación subimos rápido las escaleras, yo buscaba a mi hermana, mi madre... Vi al padre de mi hermana, se estaba riendo, mi madre aún miraba el tren, no se enteraba de nada; al llegar donde estaban me acerqué y los saludé.

     

    Mi hermana fue lo mejor, estaba abrazada a mi madre, le toqué el hombro para que se girase, y al hacerlo me abrazó, se me tiró encima. Miré a mi alrededor y otra vez ese mar de abrazos, besos y sonrisas. Entre buena gente nada cambia, y así seguimos, con ganas de verlos, y con ganas de volver a encontrarme en ese mar de abrazos que me demuestra que viajar y conocer gente es una de las mejores cosas que se pueden hacer en el mundo. Y gracias a Oana y al resto de mis compañeros he podido vivir una experiencia que me quedará para siempre.