Lazos de sangre
Miguel Mena
Por primera vez he probado a escribir en internet el nombre completo de mi tío desaparecido, Ulpiano Mena Antolín, y he obtenido un único resultado; una ficha de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica con estos datos: nacido en Palencia en 1905, zapatero de profesión, tenía 31 años cuando fue detenido, murió el 3 de agosto de 1936 y puede estar enterrado en la localidad de Quintana del Puente, pero me dice uno de mis primos, tras rastrear este caso, que el lugar donde reposan los restos de nuestro familiar no está claro, no se ha descubierto y parece improbable que se consiga.
Era uno de los hermanos mayores de mi padre, Antonio Mena Antolín, también nacido en Palencia, en 1915, a quien la guerra le sorprendió mientras hacía el servicio militar en Logroño, en un destacamento que se posicionó desde el principio al lado de Franco. Mi padre empuñaba un fusil al servicio de quienes, quince días después de empezar la guerra, matarían a su hermano.
Tardé mucho en saber de la existencia y la muerte del tío Ulpiano. Debió de ser en la adolescencia y probablemente a través de mi madre. Mi padre jamás hablaba de ello. Era un hombre silencioso a quien la guerra y la posguerra debieron de hacerle aun más callado. Yo nací el 3 de agosto de 1959, justo veintitrés años después de que mi tío fuera fusilado y enterrado en algún lugar entre las ciudades de Burgos y Palencia. Cuando era adolescente, la Guerra Civil parecía algo muy lejano, el fantasma que sacaban a pasear los mayores para asustarte de vez en cuando. Aún me pareció más remota en los años de juventud que coincidieron con la Transición, cuando mi generación vivió una explosión de color y libertad. Nos quitábamos de encima la losa del franquismo, su color gris, su represión política y religiosa, el nacionalcatolicismo, su tristeza y su hipocresía. No queríamos saber nada de la guerra ni de la larguísima posguerra, pero convivíamos con quienes no podían olvidar aquellos días y conservaban traumas que se habían visto obligados a ocultar.
Con el tiempo aprecias que la onda expansiva de una guerra civil se prolonga por más décadas de lo pensabas cuando eras niño. Llega hasta hoy, llega hasta nuestros días y aún se prolongará algo más. En el libro “Volver a las trincheras”, publicado en 2016, Alfredo González Ruibal, arqueólogo especializado en la contienda española, hace interesantes reflexiones de las que copio algunas aquí:
“Las heridas de la guerra no se han curado. La Guerra Civil española es lo que los historiadores llaman un pasado no ausente”.
“La construcción de esa memoria común requiere que la derecha admita que el origen de la guerra está en el golpe de Estado llevado a cabo contra un gobierno elegido democráticamente y que la izquierda acepte que en sus filas muchos (anarquistas, socialistas, comunistas) practicaron o defendieron tanto la aniquilación del adversario como formas de gobierno totalitarias. Una memoria democrática tiene que partir de las palabras de Manuel Azaña: Ninguna política se puede fundar en la decisión de exterminar al adversario”.
“Tanto desde un punto de vista ético como desde un punto de vista científico es irrelevante quién ha sido asesinado y por qué ideas. En todos los casos, la fosa es el testimonio de un crimen injustificable”.
“Cualquier individuo tiene derecho a recuperar los restos de un familiar asesinado para enterrarlo dignamente. Ninguna sociedad sana se puede construir sobre crímenes sepultados”.
Mi primo ha conseguido unos documentos conmovedores. Son tres formularios de la prisión de Burgos fechados en los primeros compases de la guerra. El 21 de julio, solo tres días después del golpe encabezado por el general Franco, Ulpiano Mena ingresa entre rejas a noventa kilómetros de su ciudad de residencia. El 29 de julio, el capitán juez instructor firma un documento sobre su procesamiento y prisión preventiva e incomunicada. El 3 de agosto, el director de la cárcel burgalesa registra la entrega del preso para su conducción a Palencia, adonde nunca llegó.
Me gustaría saber más cosas de mi tío Ulpiano: cómo fue su niñez con ocho hermanos y un padre peón caminero, en un país pobre y atrasado que llevaba un siglo saliendo de una guerra para meterse en otra: la de Independencia, las tres guerras carlistas, Cuba, Filipinas, Marruecos; a qué edad empezaría a trabajar -mi padre comenzó en el campo a los once años-, cuándo y por qué aprendió el oficio de zapatero -mi padre se hizo carpintero a los dieciséis-, en qué momento prendió en él la llama de la política y se hizo un hombre de izquierdas, como algunos de sus hermanos, Dionisio o Paulino, pero no Antonio, que prefería ir a la biblioteca cuando ellos iban a los mítines. Me gustaría saber por qué se llamaba Ulpiano, un nombre poco común; sé que mi abuelo elegía algunos nombres por vínculos familiares y otros simplemente por el santoral de la jornada. San Ulpiano se celebra el 3 de abril, pero no sé si mi tío nació ese día; el nombre corresponde a un adolescente fenicio de principios del siglo IV cuyo martirio consistió en meterlo dentro de una piel de toro junto a un perro y una serpiente venenosa, una extraña tortura que a la vez parece una analogía de la guerra en España.
Me gustaría saber cómo murió mi tío Ulpiano, qué vestía, qué llevaba en los bolsillos, quiénes le acompañaban, quiénes les dispararon, dónde enterraron su cuerpo. Escribo en agosto de 2018, ochenta y dos años después de su muerte, y aún vive una hermana de Ulpiano, mi tía Carmen. Tendría unos doce años cuando pasó todo aquello. Si no hubiese perdido la memoria, le preguntaría cómo vivió la familia aquellas dos semanas, desde la detención a la desaparición, y sobre todo qué les dijeron para justificar que Ulpiano había salido de la cárcel de Burgos pero no había llegado a la de Palencia. También le diría que el recuerdo de su hermano está ahora en internet, que quizá nunca sepamos dónde están sus restos, pero al menos su nombre circula libre por la red.
En otro libro que leía este verano, “Tirando del hilo”, una obra de Chus Juste y Elisa Arguilé sobre diferentes maneras de jugar con las palabras, en el apartado dedicado a los poemas acrósticos, composiciones en las que las letras iniciales de cada verso, leídas verticalmente, esconden una palabra, he encontrado este poema dedicado a Clementina Palá Labasa, ejecutada en Zaragoza a los veinticuatro años, justo dos semanas después que mi tío, para quien también servirían estos versos:
Cuando quieras hablamos,
le decimos al mundo quién
eras, con qué soñabas.
Miro el paisaje del monte y
evoco las canciones que te gustaban.
No nos hemos rendido.
Te observo y ríes,
imagino tus ganas, tu alegría, tu sorpresa.
No tenían derecho.
Ahora lo digo.